¿Harry Potter, Espíritu del Mal?
Artículo publicado en The New York Times el 22 de octubre de 1999. Reproducido en Censorship News Online # 76, boletín electrónico de la Coalición Nacional contra la Censura (NCAC), edición de invierno 1999-2000. Reproducido en Imaginaria con autorización de la autora.
El verano pasado estaba en Londres precisamente el día en que salió a la venta Harry Potter y el prisionero de Azkaban, tercer libro de la popularísima serie de J. K. Rowling. No podía creer en mi buena suerte. Fui corriendo a la librería y compré un ejemplar, convencida de que este sencillo acto me colocaba a la altura de las mejores abuelas del mundo. Todavía faltaban meses para que se publicara el libro en los Estados Unidos y tengo un nieto de ocho años que es fanático de Harry Potter.
¿Acaso no es maravilloso que a los chicos les gusten los libros? Muchos de nosotros pensamos así. Sin embargo, como ocurre con numerosos libros para niños en esta época, las historias de Harry Potter han comenzado a ser blanco de objeciones. En Minnesota, Michigan, Nueva York, California y Carolina del Sur algunos padres creen que los libros promueven el interés por el ocultismo y han exigido que se los excluya de las aulas y bibliotecas escolares.
Sabía que iba a ocurrir algo así. Lo único que me sorprende es que haya tardado tanto: que los prejuiciosos que pregonan proteger a los niños contra el mal (y el mal acecha por todas partes en nuestros tiempos) no hayan descubierto antes que a los chicos realmente les gustan estos libros. Y si los chicos se entusiasman con un libro es motivo suficiente para considerarlo sospechoso.
Esta línea de pensamiento no me resulta precisamente ajena debido a que varios de mis libros se han prohibido en las escuelas durante los últimos 20 años. En mis libros, la realidad se percibe como un elemento corruptor. En Harry Potter, el peligro latente está en la fantasía. Al fin de cuentas, Harry y sus compañeros asisten al célebre Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Según algunos adultos, estos libros enseñan magia, brujería y satanismo. Pero atención, hoy es un "ismo" y mañana será otro. Recordemos que Una arruga en el tiempo de Madeleine L'Engle fue blanco de los censores por promover los principios de la New Age y Las aventuras de Huckleberry Finn de Mark Twain por promover el racismo. Y entonces, ¿cuál es el mensaje que reciben los chicos?
El verdadero peligro no está en los libros sino en subestimar a quienes los prohíben. Las protestas contra Harry Potter siguen una tradición que comenzó en la década del '80 y que muchas veces hace temblar de miedo a los directores de escuela y se trasmite a los docentes y bibliotecarios.
Aquello que inició la derecha religiosa se ha contagiado a lo políticamente correcto. Y ahora el camino está tan despejado que algunos padres se arrogan el derecho de exigir la inmediata exclusión de cualquier libro por cualquier motivo de la biblioteca del aula o de la escuela. Y cada año es más larga la lista de destacados maestros y bibliotecarios que ven amenazada su estabilidad laboral por defender el derecho de sus alumnos a leer, a imaginar, a cuestionar.
Mi nieto me miraba atónito cuando intenté explicarle por qué algunos adultos no quieren que sus hijos lean los libros de Harry Potter. "¡Qué ridículo!", me dijo. J. K. Rowling se encuentra en una gira de promoción por Estados Unidos en este momento. Seguramente no entiende nada de todo este revuelo. Al fin de cuentas, su único propósito es contar una buena historia.
A mi marido y a mí nos gusta recordar que, a los nueve años, devorábamos los libros de El mago de Oz de L. Frank Baum, libros llenos de magos y brujas. ¿Y saben ustedes qué conclusión sacamos de esos relatos subversivos? ¡Que nos encantaba leer! En esa época, solía soñar que volaba. Tal vez fuera pequeña e indefensa en la vida real, pero nadie podía detener el vuelo de mi imaginación.
Al paso que vamos, ya puedo imaginar un titular del año próximo: "Buenas noches, luna* prohibido por incitar a los niños a comunicarse con los muebles". Y todos sabemos a dónde puede llevar algo así, ¿no les parece?
El verano pasado estaba en Londres precisamente el día en que salió a la venta Harry Potter y el prisionero de Azkaban, tercer libro de la popularísima serie de J. K. Rowling. No podía creer en mi buena suerte. Fui corriendo a la librería y compré un ejemplar, convencida de que este sencillo acto me colocaba a la altura de las mejores abuelas del mundo. Todavía faltaban meses para que se publicara el libro en los Estados Unidos y tengo un nieto de ocho años que es fanático de Harry Potter.
¿Acaso no es maravilloso que a los chicos les gusten los libros? Muchos de nosotros pensamos así. Sin embargo, como ocurre con numerosos libros para niños en esta época, las historias de Harry Potter han comenzado a ser blanco de objeciones. En Minnesota, Michigan, Nueva York, California y Carolina del Sur algunos padres creen que los libros promueven el interés por el ocultismo y han exigido que se los excluya de las aulas y bibliotecas escolares.
Sabía que iba a ocurrir algo así. Lo único que me sorprende es que haya tardado tanto: que los prejuiciosos que pregonan proteger a los niños contra el mal (y el mal acecha por todas partes en nuestros tiempos) no hayan descubierto antes que a los chicos realmente les gustan estos libros. Y si los chicos se entusiasman con un libro es motivo suficiente para considerarlo sospechoso.
Esta línea de pensamiento no me resulta precisamente ajena debido a que varios de mis libros se han prohibido en las escuelas durante los últimos 20 años. En mis libros, la realidad se percibe como un elemento corruptor. En Harry Potter, el peligro latente está en la fantasía. Al fin de cuentas, Harry y sus compañeros asisten al célebre Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Según algunos adultos, estos libros enseñan magia, brujería y satanismo. Pero atención, hoy es un "ismo" y mañana será otro. Recordemos que Una arruga en el tiempo de Madeleine L'Engle fue blanco de los censores por promover los principios de la New Age y Las aventuras de Huckleberry Finn de Mark Twain por promover el racismo. Y entonces, ¿cuál es el mensaje que reciben los chicos?
El verdadero peligro no está en los libros sino en subestimar a quienes los prohíben. Las protestas contra Harry Potter siguen una tradición que comenzó en la década del '80 y que muchas veces hace temblar de miedo a los directores de escuela y se trasmite a los docentes y bibliotecarios.
Aquello que inició la derecha religiosa se ha contagiado a lo políticamente correcto. Y ahora el camino está tan despejado que algunos padres se arrogan el derecho de exigir la inmediata exclusión de cualquier libro por cualquier motivo de la biblioteca del aula o de la escuela. Y cada año es más larga la lista de destacados maestros y bibliotecarios que ven amenazada su estabilidad laboral por defender el derecho de sus alumnos a leer, a imaginar, a cuestionar.
Mi nieto me miraba atónito cuando intenté explicarle por qué algunos adultos no quieren que sus hijos lean los libros de Harry Potter. "¡Qué ridículo!", me dijo. J. K. Rowling se encuentra en una gira de promoción por Estados Unidos en este momento. Seguramente no entiende nada de todo este revuelo. Al fin de cuentas, su único propósito es contar una buena historia.
A mi marido y a mí nos gusta recordar que, a los nueve años, devorábamos los libros de El mago de Oz de L. Frank Baum, libros llenos de magos y brujas. ¿Y saben ustedes qué conclusión sacamos de esos relatos subversivos? ¡Que nos encantaba leer! En esa época, solía soñar que volaba. Tal vez fuera pequeña e indefensa en la vida real, pero nadie podía detener el vuelo de mi imaginación.
Al paso que vamos, ya puedo imaginar un titular del año próximo: "Buenas noches, luna* prohibido por incitar a los niños a comunicarse con los muebles". Y todos sabemos a dónde puede llevar algo así, ¿no les parece?
0 comentarios